Tenía un grave problema:
nunca recordaba
el color de las camisas de sus amantes,
ni las marcas de sus relojes,
ni siquiera el número de pie que calzaban.
Sí, era una persona de lo más extraña.
Por más que se empeñaba,
cuando las tardes de lluvia
le obligaban a revisar ciertas fotos
que conservaba entre las páginas de su diario,
no conseguía acordarse de otro detalle
más que del sonido de las pieles al rozarse,
tan característico, tan íntimo,
tan único y secreto.
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