Falta de comunicación

   
       Sus vecinos, visiblemente conmocionados por el suceso, sostenían que aquello había sido una jugarreta del destino, una horrible cadena de infortunios. ¿Cómo si no explicar que justo aquel día Manuel hubiese dado su primera calada en años? ¿Por qué maldito azar esa mañana se le habría ocurrido estrenar la caja de habanos que meses atrás le trajo su hijo como recuerdo de su viaje a Cuba? Precisamente en ese momento, precisamente minutos después de que su esposa bajase a comprar el pan sin percibir un olor extraño en el rellano porque su pituitaria aún sufría las secuelas de su última operación de estética. Si tan solo Julia hubiera mantenido intacta su formidable nariz y con ella su agudo sentido del olfato, podría haberse dado media vuelta para advertirle a su marido del escape de gas en el edificio y, de este modo, la catástrofe se podría haber evitado. 
       Sin embargo, la casualidad poco o nada tenía que ver en todo aquello. Porque Manuel y Julia llevaban meses sin dirigirse la palabra y solo guardaban la compostura delante de esos vecinos que ahora trataban de consolar a la, en apariencia, desdichada viuda. No, la muerte de Manuel no fue cuestión de suerte, sino la fatal consecuencia de un grave problema de incomunicación.

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