Recordamos su risa franca y enorme,
tanto que no sabíamos muy bien qué hacer
con ella, cómo manejarla para no sucumbir
a sus oscuros encantos de bestia mitológica,
cómo evitar caer de golpe rendidos frente
al oleaje de sus aspavientos o ante la calma
esporádica y aterradora de sus silencios,
cómo apartar de ella siquiera un minuto
las miradas torpes que nos delataban
espectadores asombrados y envidiosos,
testigos de tanta inusual belleza.
Regresa a nosotros, Penélope fugitiva.
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